Mágicos, barbudos, vÃrgenes, querubines o ángeles, eran las caras del agua, genios protectores
Quedan pocas y deberÃan de ser objetos de museo. Un producto curioso para la EtnologÃa, esencialmente en su versión urbana. Un recuerdo todavÃa vivo de fontanerÃa fantástica y protectora, espiritual y doméstica. Son las caras o rostros del agua, los genios de las canaletas, los duendes de la lluvia. Y aún pueden contemplarse en los edificios más antiguos y prósperos de numerosos municipios valencianos de finales del siglo XIX y principios del XX, y en bastantes fachadas de las fincas alicantinas que prosiguen intactas o con leves reformas en su fachada. Como latidos silenciosos de arqueologÃa industrial. Como supervivientes secretos y reyes de la humedad. Como seres ocultos en la calle, irrelevantes y menudos, pero a la vista de todos.
Apenas les hemos hecho caso y están ahÃ, mirándonos o riéndose, hasta silbándonos cuando pasamos deprisa por su lado, sin ni siquiera detenernos. Caras de hombres, algunos barbudos, efigies de mujeres con aura de vÃrgenes, jóvenes, ángeles, querubines o geniecillos de abultados mofletes y cabellos ensortijados, y niños en relieve, de expresión mágica y mitológica, a veces solemne y otras divertida, incluso sonrientes. Lo descifra el investigador y fecundo escritor alcoyano Francesc Gisbert i Muñoz: «su significado es misterioso y parece relacionado con la creencia arcana de los espÃritus, genios o rostros del agua que, dentro de las canaletas, protegÃan a los habitantes de la casa». De hecho, prosigue Gisbert, «los relieves tienen un aspecto que nos recuerda a los rostros emergentes del agua, con los cabellos desgreñados, la boca cerrada y una actitud hierática». Y eso son, caras que flotan en las tuberÃas, duendes de los desagües.
Un tranquilo paseo por los barrios viejos de cualquier ciudad vecina nos permitirá observarlos. En Alcoi, Elx, Biar, Dénia, Aspe, Novelda o Alacant, donde abundan por la Vilavella, el barrio del Carmen, sant Roc o el corazón histórico, sobre todo en el distrito de san Francisco, aunque también pueden encontrarse en los alrededores del Mercado Central y por la barriada de san Antón. «Las caras del agua», apunta de nuevo Gisbert, «enlazan con la creencia de que, en los lugares donde hay corrientes de agua, fuentes, riachuelos, canales o acequias, podrÃan encontrarse espÃritus o genios locales o familiares (el genio loci del que hablaban los romanos) de procedencia pagana». Loci, la deidad del hogar, generalmente representada en forma de serpiente, y que protegÃa la vida de toda la familia de la casa.
La interesante página Valencia bonita, de abundantes colaboradores y múltiples citas, habla, en el mismo sentido, de «rostros anclados con un único fin, el de la protección» y también «el de la decoración (incluso por encargo), con tiradas mitológicas» de las empresas de fundición y de fontanerÃa, que diseñaban y fabricaban «seres antropomórficos, emulando a las gárgolas dispuestas en los edificios eclesiásticos, a modo de protección de los templos sagrados, o de lo que el cliente deseara para su casa». Porque no en vano, las gárgolas, generalmente esculpidas en piedra, servÃan para «desaguar los tejados y decorar dichos desagües buscando, por tanto, una finalidad estética», sino asimismo, y apoyándose «en creencias populares y leyendas», espantar «al demonio y a otros espÃritus del mal, como guardianas de la Fe y protectoras de aquellos lugares donde estaban dispuestas».
En resumen, los rostros del agua serÃan una evolución doméstica de las gárgolas medievales en la dorada era del hierro industrial colado. Francesc Gisbert refiere que «las canaletas antiguas eran de hierro e iban por el exterior de la fachada» de los edificios, «y el tramo más cercano a la calle acostumbraba presentar una boca empalmada con la marca de la fundición o unos rostros grabados en relieve». Carlos Salinas, por su parte, precisaba desde el colectivo Alicante Vivo que se trataba de los «últimos tramos de bajantes de pluviales» y que éstos solÃan ser «de zinc o hierro (raramente de cobre), continuos desde el canalón hasta insertarse en un embudo cilÃndrico decorado, de aproximadamente 12 centÃmetros de diámetro, cabeza de otro tubo de hierro de uno y medio a dos metros». Casi todos «fueron construidos entre 1880 y 1930», y con más intensidad en la mejor época empresarial del modernismo valenciano. Desgraciadamente «acabaron en desguaces, oxidados o sustituidos por el PVC y el fibrocemento» lamenta Salinas.
Fabricados en serie, a partir de una carta de moldes generalmente de madera, y repetidos en muchas poblaciones en función del fabricante o comercial dominante en la zona, no siempre serÃan ángeles gorditos, demonios orejudos o divinidades femeninas quienes vivirÃan flotando sobre las canaletas. A veces, y en su lugar, también se sellaba la marca oficial de la fundición, que asà rubricaba la calidad de su trabajo y, de paso, imprimÃa una publicidad gratuita y durable. Dos empresas destacarÃan en estas creaciones. Una de ellas, la caldererÃa de Tomás Aznar e Hijos/Ingenieros Constructores, que en 1930 se ubicaba en una enorme parcela donde más tarde se edificarÃa la urbanización Alipark, según describe el arquitecto Rubén Bodewig. Y también la firma metalúrgica José Rodes, de dilatada trayectoria en Alcoi y con fundición en el número 39 de la hoy avenida de Maisonnave. La segunda, madre de la primera.
El Centre d'Estudis Socials Alacant Obrera describe que el taller de Tomás Aznar e Hijos, ocupaba, a primeros del siglo XX, «unos 33.000 metros cuadrados en el barrio de Benalúa», que empleaba «a más de 500 obreros» y que construÃa «calderas de vapor, aparatos mecánicos para minas y cerámicas, grúas, elevaciones de aguas, puentes para ferrocarril y carretera, prensa para vinos y aceite, motores de gas pobre y máquinas para la extracción de sulfuro de carbono y de aceite de orujo». Igualmente evoca que «la fundición más antigua de Alicante era la de José Rodes, instalada cerca de la estación del ferrocarril Madrid-Zaragoza-Alicante» y procedente de Alcoi, «buscando probablemente mejores condiciones de trabajo, es decir, un proletariado todavÃa poco consciente, a diferencia del alcoyano». Ésta «pronto alcanzó un gran desarrollo» gracias a sus gestores, los ingenieros Aniceto Aznar y Luis BadÃa.
Más decorativos que prácticos, repletos de una insondable religiosidad, los rostros del agua deberÃan protegerse, valorarse mejor. Figurar para siempre en el inolvidable catálogo de la historia industrial valenciana.
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