''Comer sin necesidad, es como si estuvieran robándole al estómago de los pobres'' - Titulares.ar

2022-08-08 06:51:16 By : Ms. TRACEY HUANG

Por José Ademan RODRÍGUEZ

»Si el dinero fuera una mierda, los pobres nacerían sin culo». Gabriel García Márquez (Premio Nobel)

»De la vida a la muerte, solo hay un paso, y del culo al papo, solo dos dedos escasos.» Héctor el Zurdo Rivadero (sabiduría callejera)

Una vez mi mejor amiga María Elena me dijo: «Comer sin necesidad es como si estuvieras robando del estómago de los pobres».

Es que María Elena trabajaba como enfermera en París para el “SAMU-Social” (Servicio de Ayuda Médica Urgente Social), que es un servicio de emergencia social ambulatoria que interviene con cualquier persona que necesite cobijo. Allí “luchó contra la exclusión extrema, acercándose a las personas afectadas y abandonadas, para tratar de mantener o recrear lazos sociales, enviar un pedido o buscar la respuesta adecuada a un problema”.

El periódico francés »L’Express de Paris», escribió en un artículo dedicado a »Samu social», lo siguiente:

»La labor de la enfermera es fundamental para ayudar a las personas en apuros por la noche. Estas jóvenes se ofrecen como voluntarias para trabajar en el Samu, pero en realidad trabajan horas extras y no se arrepienten por la alegría que sienten al ayudar a los demás. Se trata de María Elena, una colombiana de Bogotá con un rostro encantador que parece de porcelana y cuya autoridad y sentido de la palabra justa ejercen una especie de dominio sobre los hombres en apuros que recoge en la camioneta. Nunca pierde el buen humor (…) Se encarga de curar pequeñas heridas y sale de los servicios de urgencia de los hospitales para atender patologías graves (…)»

En una de mis visitas a su casa de París, y hablando de este tema, me señaló que trata de aliviar el tormento de esta gente sin domicilio fijo, y que no se trata de caridad, que es humillante cuando se ejerce desde arriba, verticalmente. , como limosnas, esos regalos burgueses que banalizan el sufrimiento y el dolor…

Entonces noté como cambia su expresión, que se torna seria cuando toca ese tema… Está claro… Para ella no se trata de preocupaciones sentimentales donde el corazón y la lengua no se dan la mano, porque en su vida la plenitud de un sentimiento, es deseo en acción.

María Elena es el coraje, la implicación, con su valentía personal… es el café, la sopa caliente, la caricia que quizás nunca le han dado… son como los últimos vestigios de hogares ya perdidos.. Generalmente las siete de la tarde es la hora de la verdad cuando queda poco tiempo para elegir rincones de puertas siempre abiertas y el cielo que los cubre con su manto frío, que los invade como una niebla, frío que desciende por las laderas. de su cuerpo y tal vez sea un presagio del adiós definitivo… Van en silencio, sigilosamente, a buscar su refugio empedrado con el temible cuidado de que alguien les pueda reprochar su osadía de existir en vano como contrabandistas de nuestras vidas.

Ella no es caridad, es solidaridad, que es otra cosa, es horizontal e implica respeto mutuo, cae como la nieve, sin hacer ruido.

Su sentido de la moral no es una contemplación pasiva, deja huellas, comprometiéndose a dar su esfuerzo, sin reclamar precio alguno; Es un embrión de romanticismo que conviene fomentar, aunque su intención no dé frutos o el resultado sea infructuoso, pero siempre lejos de las cruzadas caritativas que utilizan los estereotipos habituales… y así les oímos hablar de »pobres estructurales». ‘, ‘bolsillos de pobreza’, ‘los sin techo’, que repiten como loros desde los púlpitos ávidos de monedas en bandejas pulidas o en las bancas parlamentarias con mentiras demagógicas, ideológicas.

Así surgen las frases vulgares y de siempre de siempre.

Todavía no he conocido a nadie que haya respondido a la demanda «Esta Navidad, pon un pobre en tu mesa»

o se mojan el culo en la calle para ayudarlos. Por allí van los jóvenes de esta demencia global disfrazados de pobres harapientos, con los pantalones arrastrando la mierda de las aceras, por allí pasan indiferentes los jóvenes de la botella, con sus cortes en las rodillas de sus ropas, simulando lágrimas con apariencia de desaliñados y desaliñados con sus ambigüedades sexuales.

Quizá sean los mismos hijos de puta que, en 2005, quemaron vivos a Rosario Endrinal, una vagabunda que dormía en la caja de un banco… tres adolescentes catalanes de clase alta del barrio de San Gervasio de Barcelona (los hubiera quemado vivos , sin juicio u otras dilaciones judiciales).

En el mundo artístico es común encontrar personas que demagogan con la miseria, te pueden emocionar como me pasó a mí hablando de la vida con el »polaco» Roberto Goyeneche. Me dijo: »Negra, tu sabes lo bonito que es comer pan duro con la vieja…» Que vas a comer pan duro con la vieja!! ¡si Argentina es el único país del mundo donde los vagabundos pesan más de ochenta kilos! Ni que fueran producto de la guerra civil como en España.

Es que el polaco hablaba recitando como nadie. Fue espectacular, la manera de decir las cosas y creo que ningún actor de teatro o cine podría igualarlo. La forma en que lo dijo, fuera una exageración o una mentira, tenía un magnetismo expresivo, digno de admiración.

O como Woody Allen que encontró en su propia hija a la mejor amante, también coqueteaba con la pobreza: »Cuando era pequeño quería un perro, pero mis padres eran tan pobres que me regalaron una hormiga».

Es cierto que terminó en la miseria, sin un peso, fue el «peruano hablador» Hugo Guerrero Marthinheintz, quien inventó un estilo único de hacer radio, muy por encima de las figuras más populares de la radio como Cacho Fontana, Antonio Carrizo o Héctor Larrea. .

Terminó dando charlas en su casa, durmiendo en los pasillos de una estación.

Y como no recordar a un artista de la pelota, Orestes Omar Corbatta quien terminó jugando a cambio de comida y viviendo debajo de una de las gradas del Estadio Racing de Avellaneda. Corbatta fue quien inspiró la frase inventada por un periodista chileno «un jugador de dibujos animados» repetida luego por Jorge Valdano refiriéndose a Romario.

La contradicción de los partidos homenaje que son como una obra de caridad a un rico, a los que se apuntan los enfermos mentales de la afición, el servilismo del periodismo deportivo con su »amiguismo» hacia los jugadores y los de siempre, los culipanzones de los gerentes

Recuerdo mi infancia los fines de semana en Holmberg, junto con mi abuela, a principios de la década de 1950, cuando los padres decían ‘¡Cómo no puedes comer la sopa! Voy a llamar al viejo de la bolsa», y en nuestras canciones infantiles era común escuchar:

Aserrín vieron los troncos de Sanjuan piden pan no les dan piden huesos y les dan queso piden vino y si les dan se marean y se van…

Y si se van… ese viejo de la bolsa eran los crotos o linyeras interpretados por Antonio Tormo, el cantaor de »las cosas nuestras», que cantaba la canción de la »linyera». No era bien conocida su procedencia, si de Moldes o de Vertientes, eran nómadas descalzos de sueños, que iban y venían, indiferentes al amor y en su eterno ajetreo desechan la melancolía, no tenían norte ni guía, no sabían como llorar, ni en la vida quisieron triunfar

algo así rezumaba la letra dedicada a aquellos pobres peregrinos que vagaban por las afueras de los pueblos donde nacieron…

Junto a las vías o bajo los puentes de la Ruta 8, llevando la casa como un caracol al azar…

Siempre esperando que pase algo, mientras las puertas se cierran, sin siquiera saber sus nombres.

Antes nos asustaban con ese hombre de bolsa, ya no vagan por los campos, se han convertido en partes constitutivas de ciudades y grandes ciudades.

Ya instalado en Córdoba, iba de vez en cuando a ver a mi madre a Río Cuarto… Quedaba todavía aquella cancha de la liga que guardaba los troncos secos que un día fueron columnas de la tribuna. Voces soñolientas y vítores llegaron en el evocador eco. El campo de juego, que nunca fue césped en el sentido de pleno verde, cada vez más yermo. Y entre unos pocos arbustos de malezas infértiles, aún se conservaba la choza de los vestidores. Los sábados después de comer iban a jugar los cuarentones… Cada año que iba también veía a un personaje en las inmediaciones del campo: Rodriguito, el Linyera.

Como casi todos los vagabundos de su condición, no está claro de dónde salió. No tenía tiempo, o alguna vez se preguntó o le importó por qué era el «hombre del saco» para tantos niños. Era como si fuera parte del paisaje de malas hierbas. Todos los sábados por la tarde, en horario de fútbol, ​​se acercaba al borde de la cancha.

Y creo que su entusiasmo era enorme. Se sentía como un niño, este viejo saltador de hambre y muchos inviernos, alumno aventajado de un faquir.

Bromearon con él; Lo humillaron con bajezas: «Che Rodriguito, si nos enseñas el pinchazo te doy por tubo». Como su único disfrute sexual era pelar el coño para orinar, ella se ganó el biberón. Pero él es feliz igual. Lo importante era que se mezclaba con los chicos; Algunos de ellos incluso lo tocaron, porque los conocía a casi todos. Era así «alguien», se convertía en un «ser social» y dejaba de ser la Linyera o el «hombre de la bolsa» por unas horas. Seguramente sabía bien que el dolor, aunque sea la humillación, es un buen anestésico que te cura de otro dolor más fuerte: el del abandono absoluto.

En mi barrio español de San Andrés, los vi ocupando las antecámaras de las oficinas bancarias en los crudos inviernos, sin embargo, es como si estuvieran en «casa» en el lugar más inhóspito donde para hacer sus necesidades se esconden entre los contenedores de basura. , los veo desde la ventana de mi casa durmiendo al lado de una tienda de abarrotes que esta abajo…

Ya forman parte del escenario normal, son la voz de la miseria, náufragos de la calle, con sus islotes de alcohol que los vuelven aptos para nada… dispuestos a todo, subsisten, esquivados por la gente que pasa, ellos Sólo son más los que mueren de hipotermia o más precisamente de indiferencia.

Ahora hay uno, gordo, que tiene colillas en los bolsillos del pantalón; y su botella de vino caliente en el saco raído, brillante y mugriento; un bolsillo que de meter y sacar botellas se ha vuelto tan grande como la bolsa de un canguro. Ese bolso es para el verano, para el invierno, para los domingos; es su edredón de todos los días, su piel muy costrosa. Cuántas veces has caminado con tus alpargatas transformadas en sandalias de tanto machacar el contrafuerte con el tacón, o con zapatos de segunda mano (o de tercera pierna) donde el barro se mete por la suela rota, muriendo de calor de tanto frío , pues al dormir al aire libre, se levantará con su saco-cubre-cama-caparazón que forma parte de su cuerpo.

El forro interior de la misma cuelga como pelusa reluciente y sigue con él el rayo de sol, sin despegarse, como las tortugas, envueltas como si arrastraran su casa. Y si se deshilachaba se tapaba del frío con las noticias del diario de ayer o con un cartón. Tal vez eso te ayude a desintoxicarte, por la transpiración. Lo cierto es que debajo de su saco grasiento de color marrón negruzco yace su ego, carbonizado o congelado.

Antes de irme a dormir abajo de mi casa, es como si las risas de las mesas traseras en una fiesta en el bar donde está ubicado… antes de la hora de cerrar, con el penúltimo vino, a la hora de morir los poetas, él se queda solo en la calle, junto a los adoquines donde una pareja de enamorados puede estar eligiendo el nombre de su primer hijo… ni se fijan en él, es como una estatua que duerme, es transparente, es la sombra de un brillo apagado, es uno de los «sin techo» que duerme con sus perros en un portal o con un enorme carrito de compras de algún supermercado al que le fue muy bien en chorear.

El suelo aún está húmedo… los aromas de la mañana aún no huelen a café y las panaderías más madrugadoras ya hacen pan con la harina del olvido para ellos…

Será hora de levantarse, pesados ​​como si hubieran perdido algo que nunca poseyeron… mientras Jesús, en algún templo, seguirá cobrando por ellos… pero siempre tarde…

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