Ahora, hablemos de Bruno

2022-06-18 21:45:48 By : Ms. Rose Zhao

Si usted es de los que no ha visto “Encanto”, la película animada número 60 de Disney, se la recomiendo, vehementemente, pues además de ser una mirada a Latinoamérica, a lo real y maravilloso de estas tierras al sur del río Bravo, es una metáfora ‘encantadora’ de la verdadera construcción de una familia, sobre la base de la diversidad y la inclusión.

No le voy a hablar de la música, dibujos o colores, cuyos múltiples premios avalan, quiero referirme, a propósito de la discusión del nuevo Código de las Familias en Cuba, a lo valioso de fomentar la visión de la pluralidad desde la cuna, porque los niños y las niñas son increíbles y entienden las cosas con el corazón, ese que nos encargamos de confundir los adultos con prejuicios y discriminaciones.

Es hora de que hablemos de Bruno, un personaje de ese filme, y de los muchos Brunos de este mundo, excluidos, apartados por ser diferentes, por no encajar en el molde preconcebido. Conversemos sobre otros protagonistas como Mirabel, la chica que hace temblar los cimientos de “La familia Mirabal”, Isabel, aturdida por la necesidad de ser bella siempre, Luisa, la fortachona a la cual no dejan mostrar su fragilidad e incluso de la abuela Alma, amorosa y luchadora, pero, que desea esconder los errores debajo de la alfombra.

Ha sido dura la polémica en las redes sociales sobre la inserción de temas complejos en las producciones de “la Casa de Mickey Mouse”, incluso padres y madres cubanas, radicados en la Isla, han participado en los debates, muestra de cuánto influye la globalización cultural en la visión de los individuos, sobre todo si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la controversial ley Don’t say gay, del estado de La Florida, por suerte, solo aplica allí.

Hay de todo en la viña del señor, dicen, y es muy real, y aunque usted no lo crea, existen personas más preocupadas porque Disney ha visibilizado a princesas gorditas como Fiona, heroínas “desarregladas” y chicas que se visten de hombre como Mulán y no porque individuos con influencia social e incluso medios de comunicación traigan mensajes llenos de ignorancia, homofobia y exclusión.

La revista norteamericana Variety, especializada en la industria cinematográfica, da cuentas de que los empleados de Disney del colectivo LGTBI+ afirmaron que los ejecutivos de la empresa matriz han solicitado cortes de “casi cada momento de simples muestras de afecto gays” en sus producciones, sin importar las protestas de los equipos creativos y del liderazgo dentro del estudio Pixar, comprado por el gigante del entretenimiento en 2006.

Realmente se le ha hecho muy difícil la situación a la cúpula empresarial pues ya no solo tiene que lidiar con las presiones externas en temas sociales, sino que las exigencias de cambio y rendición de cuentas vienen, cada vez más, del interior de la empresa y la obligan a “nadar en medio” pues la presión de muchos padres, quienes pagan los servicios, productos e ideas vendidas por Disney, trabaja en contra.

En lo personal quiero pensar que las palabras expresadas por Bob Chapek, consejero delegado de Disney, acerca de que dicha casa productora defenderá los derechos de las minorías y está comprometida con la creación de contenidos más diversos, no son meras frases que se lleva el viento.

Sin embargo, entre los trabajadores de dicha entidad se habla de que los ilustradores de “Encanto” tuvieron que dar batalla para que aceptaran a un personaje como Luisa, mujer de músculos grandes. El error llevó a la compañía contra la pared pues no estaba preparada para la enorme demanda por la mercadería de Luisa. Muchas madres en Facebook alaban esta inclusión y comentan la identificación de sus niñas con este personaje.

Siempre aplaudiré, porque adoro a las Barbie, a quienes quieran ser princesas o deseen ser príncipes, con todo el andamiaje brillante y rosado o azul implícito, pero también a aquellos que son como Bruno, Luisa, a los que prefieren ser la Bruja del cuento, a los entrañables y raros como Lucas, de la película de igual nombre, a la valiente Raya, a la que tildan de ‘machorra’ y por supuesto a la insuperable guerrera Mulán, que es un filme de culto en mi familia.

Porque deseo que las películas de Disney, y no solo de esa productora si no también de las nuestras, ayuden a niños y niñas que desde muy temprana edad se sienten diferentes, para que no estén solos y apartados dentro de su propia casa, familia o país, si no que sean incluidos y participantes activos en la construcción de un mundo más tolerante y respetuoso.

No se puede olvidar que Walt Disney comenzó recreando cuentos e historias de niños que, en su mayoría, eran de origen europeo, y por ello vemos en esos clásicos los cánones de la época. Pero ahora, en un giro post-moderno y en respuesta al aluvión de críticas, han tratado de componer sus producciones con princesas negras, historias latinoamericanas, asiáticas y, personajes que se asemejan mucho más a la realidad actual.

Es cierto que ahí entra, muy sutilmente, el tema gay, desafortunadamente con estereotipos y pienso justo en el mayordomo- candelabro de “La Bella y la Bestia”, en el Yaffar de Aladino, en el príncipe gritón del filme Shrek, película maravillosa donde un burro y una dragona, tan diferentes, se aman y cuya relación los niños y niñas, de todo el mundo, comprenden y aceptan sin preguntar.

Pero no a todos los padres les gusta este cambio y prefieren el discurso más tradicional (y cómodo) con el cual ellos mismos crecieron, y favorecen que, en un futuro, sean sus hijos e hijas quienes “descubran” las supuestas diferencias que identifican a una parte de nuestra sociedad, pero resulta que, en ese largo y a veces tortuoso trayecto, se aprende la exclusión, la burla, el bulling y volvemos al mismo lugar, porque la homofobia se inculca, se aprende.

Es evidente, biología pura, que todos los miembros de la comunidad LGBTI+ provienen de hogares o uniones heterosexuales, algo que demuestra que la orientación sexual no es un problema de aprendizaje, viene con la persona y es condicionada, para bien o para mal, según el grado de aceptación, inclusión y comprensión que tengamos, desde la familia hasta el país.

No es lícito clasificar a alguien por sus gustos, sus aficiones, el modo de caminar, de comportarse o por cómo se siente, al igual que no puede existir, en esta tierra de José Martí, una maestra que le diga a una niña que no puede interpretar en una dramatización a Pilar (sí la de Los zapaticos de Rosa) por el color negro de su piel.

Por eso me confieso fan de “Encanto” porque habla de nuestro realismo mágico, de los diversos colores de los latinos, pero, sobre todo, porque refleja un cariño mayor por los personajes rotos que por los intachables. En la familia Madrigal hay hijos que pueden cambiar el clima con sus sentimientos o curar una herida con comida y hay nietos que pueden entender el idioma de los animales o escuchar conversaciones a kilómetros de distancia.

Pero lo más valioso no son esos “superpoderes” sino la propia historia de Mirabel, de Bruno y los demás personajes, que conforman una trama cuyas grandes enseñanzas hablan sobre cómo sanar los traumas, vivir con diferencias intergeneracionales, aceptar el cambio, las discrepancias, la diversidad y ganar la batalla mediante la piedad y el amor familiar. De estos asuntos también habla, y clarísimo, nuestro nuevo proyecto de Código de las Familias.